30 de junio al 1 de agosto de 1520. Hernán Cortés se arrepiente como de pocas cosas en su vida de haber dejado a Pedro de Alvarado a cargo de su ejército en Tenochtitlán, quien a pesar de ser de los capitanes más respetados en sus filas y uno de los mejores soldados de que dispone sigue siendo un ignorante y un animal. Miles de aztecas lo esperan y no piensan dejar un solo español vivo.
Días antes, Cortés se vio en la necesidad de regresar a Veracruz porque un contingente español lidereado por Pánfilo de Narváez venía a arrestarlo por insurrección pero más bien porque casi no se les daba eso de la fiebre del oro y Velázaquez (gobernador de Cuba) quería una tajada de México después de interceptar los regalos que Cortés había mandado al rey de España y ver la cantidad ridícula de riqueza que había ahí. Pero no contaban con la astucia de Cortés, que simplemente tuvo que presentarse ante los hombres de Narváez y regalarles un poco del botín, prometerles que habría mucho más si se le unián y dejar tuerto a Narváez para en lugar de ir preso a Cuba, regresar a Tenochtitlán con el doble de españoles. El problema era lo que estaba pasando en la ciudad de México.
Encargado del ejército español y con el emperador de rehén se encontraba Pedro de Alvarado, apodado Tonatiuh por los aztecas (el "sol", no había uno más rubio entre los españoles), soldado consumado del ejército de su majestad el rey de las Españas. Desafortunadamente lo que tenía de buen soldado también lo tenía de asesino y tarado. Unos días después de que Cortés se fuera a Veracruz llegó un festejo de la fertilidad así que unos 600 aztecas fueron al templo mayor a bailar y cosas por el estilo. Alvarado, brillante, supuso que lo que traían los aztecas eran armas y no representaciones de herramientas de labranza así que cerró las puertas del templo y asesinó a todos los mexicas ya fueran hombres, mujeres o niños en lo que después sería conocido como la matanza del Templo Mayor. Animal. Obviamente, esto no le pareció buen plan al resto de la ciudad e inmediatamente fueron asediados por una turba furiosa de aztecas durante varios días. Una vez más, el genial Alvarado tiene una genial solución y obliga a Moctezuma a hablarle a su pueblo desde el balcón de su palacio donde recibió toda clase de proyectiles, hiriéndolo más en el orgullo que físicamente (al Huey Tlatoani no se le podía ni ver a los ojos, ya no digamos apedrearlo). Días después de eso, Moctezuma murió o se dejó morir, cualquiera de las dos, dejando a los españoles sin absolutamente nada que negociar para asegurar su salida. Para cuando Cortés regresa de Veracruz, los aztecas llevaban días asediando el palacio y sacrificando y comiéndose a cuanto español lograban capturar (se dice que los españoles se estaban volviendo locos de escuchar tambores y oler carne quemada las 24 horas del día). Además, ya no había provisiones. A ver cuando se vuelve a quedar Alvarado como responsable.
En vista de no tener más opción, Cortés traza una estrategia para la huída. Primero que nada, consigue tanta madera como le fue posible para reparar los puentes y diques que los aztecas habían roto para evitar el escape de los españoles, además de mandar construir un puente portátil para pasar de islote en islote durante la salida. Segundo, ideó la formación con la que marcharían: a la vanguardia Sandoval y Ordaz, con 150 españoles y 400 tlaxcaltecas con las maderas y el puente. En el centro, Cortés, con 50 españoles y 500 tlaxcaltecas con la artillería y el quinto del tesoro para el rey. Después, los rehenes, heridos, doña Marina (al parecer, "Malinche" era Cortés, no su intérprete/amante/tramadora de la conquista) y las otras mujeres protegidos por 30 españoles y 300 tlaxcaltecas. Y al final, en la retaguardia, Alvarado (ahora te fastidias) y Velázquez de León (especialmente valiente, el tipo) con 100 soldados con la orden de moverse a través de las filas donde la cosa se pusiera peor (¿peor que dónde?). Y tercero, les ha de haber dado la bendición y su beso de buenas noches porque el plan iba a durar aproximadamente 3 minutos.
Los preparativos empezaron al anochecer. Los soldados que sabían lo que les esperaba cargaron poco oro, algunas joyas y anillos porque aquello de pelear en el fango cargados de hierro ya era suficientemente complicado como para echarse otros kilos de más. Otros, menos experimentados o más ambiciososo (los que venían con Narváez cargaron todo lo que pudieron al no haber tenido oportunidad antes) se arrepentirían de no haber hecho lo mismo.
Llovía a cántaros. Sale la vanguardia y no se oye nada más que el constante tambor que ya había quebrado los nervios de los españoles. Sale Cortés y el contingente de la mitad. Sale la retaguardia. Nada. El plan era alcanzar Tacuba y de ahí a Veracruz y vieja el último. Tomaron la calzada, la lluvia y los tambores seguían. Nada. De pronto, los tambores aceleran su ritmo y se escuchan los cuernos de los aztecas y los gritos de alerta "se van los teules, sáquenles el corazón a los infelices" o algo así. Y entonces se pone buena la cosa.
Hay quien dice que los españoles tenían caballos, acero y armas de fuego, que tenían toda la ventaja contra cualquier pueblo mesoamericano. Quien dice esto, jamás ha estado en combate. Ciertamente, un macahuitl no era contendiente para la toledana y el peto de algodón no se comparaba contra el de acero pero no estamos hablando de duelos, señoras y señores. Cuando se te viene encima toda la ciudad el avance tecnológico solo llega hasta cierto punto. Y cuando digo toda la ciudad no lo digo metafóricamente, no se nos olvide que los aztecas tenían una educación estilo los espartanos: si nacías hombre, recibías entrenamiento militar te convirtieras en soldado profesional o no. Toda la ciudad es literal. A esto sumémosle el valor inaudito con el que peleaban todos los indígenas de México: los aztecas, los tlaxcaltecas, los tabascos, etc, que no solo mantenían las formaciones cuando les disparaban mosquetes, cañones y demás sino que cargaban con más odio después. Mal asunto, Cortés.
Dicho esto, también hay que decir que el soldado español era quien era. En aquel entonces, la infantería española era la mejor del mundo y un siglo después sería la razón por la que "en España no se pusiera el sol", conquistando desde México hasta las Filipinas y pasando a la historia como una de las mejores fuerzas militares en la historia de la humanidad. Solo vivían para su orgullo de soldados, importándoles más lo que dirían sus compañeros de su muerte que la propia paga (eran el único ejército en Europa que no cobraba por adelantado antes de ir a la guerra, asumiendo la posibilidad de nunca cobrar).
Muy bien, continuemos. Salen aztecas de todos lados y una vez más estoy siendo literal. Salen de las casas, de los techos, de las calles, de atrás de otros aztecas, de las coladeras, en canoas, trajineras (creo que Cuitláhuac venía montado en Huitzilopochtli) y atacan a los españoles con armas de rango largo, medio y cuerpo a cuerpo dando comienzo a una de las batallas más duras de las que se tenga registro. Los españoles tratan de mantener la formación pero es imposible y Cortés tiene que abandonar a la retaguardia en un islote para seguir avanzando con el puente portátil mientras españoles, tlaxcaltecas y mexicas caen como moscas. Cada vez que un español es capturado, le cortan los tendones del talón para evitar que escape y a sus compañeros no les queda de otra más que escuchar sus alaridos mientras se lo llevan arrastrando al Templo Mayor donde se ve dibujada la silueta de los sacerdotes (que no se dan abasto sacando corazones) contra la luz de las antorchas del altar. Ni los gritos ni los tambores ni la lluvia se detienen. Los españoles que caen al agua mueren ahogados (entre la tormenta, la armadura y lo que quisieron cargar era imposible nadar) y los que se quedan en las orillas tienen que pelear con fango hasta las rodillas. Ya no saben si los aztecas pelean con más odio que valor y lo mismo se puede decir de los tlaxcaltecas a los que los mexicas capturaban vivos de ser posible y si no, ni modo.
Los españoles que sobreviven en la retaguardia logran hacer un dique CON LOS MUERTOS pero están literalmente fatigados de dar estocadas. Las oleadas de aztecas no terminan jamás y de repente se oye a Alvarado gritar que corran, que ya no queda nadie atrás, mientras pelea como perro (eso sí, a la hora de pelear lo hacía como un héroe) y utiliza su lanza como garrocha para pasar al otro islote dejándole a la calzada el nombre Puente de Alvarado hasta la fecha. Los que todavía tenían fuerza lo siguieron a través del dique improvisado, los demás se quedaron a seguir matando a fuerza de inercia hasta que se los llevaron a su horrenda muerte.
Al amanecer, Cortés se sentaba al pie del famoso ahuehuete y se sentaba a llorar por haber perdido más de 500 españoles, miles de tlaxcaltecas, el tesoro y la oportunidad de tomar Tenochtitlán. Pero sobre todo, porque sabía que los aztecas no habían terminado su venganza y todo por dejar a Pedro de Alvarado como responsable. Definitivamente sí era para llorar.
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